Humo, estrépito, esencia de Jack Daniels con red bull y un nombre…”Path of desire”. A Sondra le encantaba aquella discoteca, bueno… en realidad no sabía si le gustaba, siempre que entraba en ese tugurio nunca salía consciente. Quizás fuera ese morbo el que hiciera que con dos pastillas de éxtasis la noche se tornara eléctrica… Quizás corta, tanto como su vestido color coral y sus botas, llenas de esa mezcla de barro y majaderías de aquella princesa de psiquiátrico, rezumando locura por los cuatro costados.
-¿Es aquí?, Madre mía, con la cola que hay hoy no entramos… -Paulette, mírame a la cara, ¿Me ves con cara de esperar?. – Paulette se quedó muda, la cara de Sondra estaba desencajada y no era ella la que le iba a replicar- No, ¿Verdad?, pues ahora sígueme. -Sondra se saltó el cordón de seguridad y fue directamente a hablar con el portero, no sin antes regalarles un bonito gesto con el dedo corazón a las más de 333 personas que esperaban la cola. -Hola encanto. – Señoritas, ocupen sus respectivos sitios en la fila. –Estamos muy cansadas, ¿verdad Paulette?, si tenemos que esperar toda esa fila cuando queramos entrar ya se habrá acabado lo bueno… igual quieres saber qué es lo bueno que yo te puedo ofrecer. – Y nada mas decir eso se acercó al portero y sinuosamente comenzó a pasarle la mano por el brazo, sintiendo cada uno de sus músculos, el torso, la pierna, hasta que le agarró por el hombro, se colocó otra pastilla en la lengua, se acercó a su cara, le besó en los labios y después le pasó la pastilla. El portero se había quedado a cuadros. –Hasta otra, un placer hacer negocios contigo. – Sondra y Paulette, cruzaron la puerta de aquel fétido tugurio mientras el portero lidiaba con la jauría de bestias que se le echaban encima. – No creo que esta sea una forma ética de entrar aquí Sondra.- No me suelo llevar muy bien con la ética, dice que le recuerdo a ella de pequeña. Paulette, a la derecha la barra, vete a ponerte fina, yo ya vengo puesta de casa. – Pero…- Nada podía parar a Sondra, había dicho que aquella sería la mejor noche de su vida y lo iba a cumplir, costase lo que costase.
- Cuando la cosa va de macrofiestas, Sondra es una experta. Sus caderas son una pieza más de la pista de baile y su melena completamente enmarañada, la respuesta a si la música era ya una facción más de su cara. La cuenta de hoy de momento se reducía a cuatro Insinuaciones, tocamientos superficiales y miradas llenas de lujuria. Sondra ya no es dueña de su cuerpo. Sus curvas, bajo su punto de vista cada vez más pronunciadas debido a la presencia de éxtasis en su sangre, se arrimaban a cualquiera que pasara. La cosa iba de vaivenes, hasta que se cruza con esa mirada. A lo lejos, parado entre la multitud resalta la cabeza de un chico, pelo color caramelo y ojos color bosque. Sondra detiene su incontrolable baile, le mira y ve como el chico, comienza a moverse, lentamente, parece atravesar a la multitud, se dirige hacia la salida de incendios, Sondra le sigue, hipnotizada como nunca antes lo había estado por aquellos ojos en los que anidan golondrinas, que lentamente se van alejando. Sondra consigue llegar hasta la salida de incendios por la que él ya ha salido hace escasos segundos. La puerta se le hace tan pesada que piensa que sus brazos no resistirán el peso y se quebrarán como si fuesen de cristal. Al salir al exterior mira hacia todos los lados posibles, nada, solo la oscuridad que le ha mordido terreno a la luz del día y cuatro toxicómanos, tomando otra dosis de su medicina. Sondra no se lo puede creer, ¿Dónde ha ido?– Oye guapa, ¿buscas algo? – Le respondió uno de los reyes de la metadona.- ¡A ti que te importa, métete en tus asuntos! – Así que la niña nos ha salido respondona eh, pues a ver si tienes respuesta para esto. ¡Chicos, enseñémosla a esta preciosidad cuales son nuestros asuntos! – Al oír esto sintió como su corazón comenzaba a acelerar su ritmo, impasiblemente, parecía que se le iba a salir del pecho. Quiso luchar contra lo que se le venía encima, sus puños ya no le respondían y se sentía desfallecer. Se dejó caer al suelo, con una mano en el pecho, pero sin perder la consciencia totalmente. No podía ver nada, pero si oía perfectamente, oyó golpes, gritos, injurias, amenazas, silbidos, pero ella no sintió nada, simplemente estaba allí tirada en el suelo, en medio de algo, que escapaba a los límites de su imaginación. Súbitamente, sintió como unas manos cálidas la recogían del suelo, la llevaban y la posaban sobre una superficie mucho más mullida y segura. Se sintió con fuerzas suficientes para abrir los ojos, y lo que vio hizo que una lágrima, pura y cristalina resbalara por su mejilla. Él, su cara perfecta, sus dos lunares en el lado izquierdo de la cara, parcialmente cubiertos de una barba poco frondosa de tres días. Aquel que había seguido hasta la puerta de incendios, que había desaparecido sin dejar rastro, solo aquellos toxicómanos furibundos… Se encontraba delante de ella, con sus ojos llenos de golondrinas, mirándola de hito en hito, intentando descifrar el por qué su cara tenía ese rictus de dolor. – ¿Cómo te llamas? - …- Su pregunta no tuvo respuesta, bueno… no respuesta hablada, lo único que Sondra pudo hacer fue acercar sus labios a los de él. Nunca antes, en sus múltiples relaciones había conocido a alguien que besara con tanta pasión. Él era un pecado hecho hombre, sus manos recorrieron su cuerpo, con una dulzura sobrehumana, estudiando cada recoveco, cada lunar. Escuchaba cada latido de su corazón. Besos, caricias, ternura, pasión, lujuria… Cuando tuvo todo eso despegó sus labios de él. Le miró a los ojos y pronunció una frase que nunca había pronunciado antes. – Te amo. – En ese momento todo pareció mezclarse, y un agudo dolor de cabeza hizo acto de presencia. El chico alejó su cara de la de Sondra, y en sus labios, solo gesticulando pudo leer: -Nos volveremos a ver, en tus sueños. -Mientras tanto, el ruido crecía a su alrededor y todo se volvía más nítido. Sondra no entendía nada y no se podía quitar una idea de la cabeza, -¿Cómo te llamas?, ¿Cómo te llamas?... En ese momento desperté. Oí nítidamente el sonido de una ambulancia, el suelo donde estaba recostada era una camilla y la voz que me preguntaba mi nombre era la de un enfermero. La mano que recorría mi cuerpo era la de Paulette, que lloraba desconsoladamente mientras me metían en la ambulancia. No podía ser, todo había sido un sueño. Un grito rasgó el cielo y todos los cuervos que estaban posados en las antenas salieron volando. – Lo volveré a ver. – Me dije a mi misma. –Aunque sea en mis sueños.