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miércoles, 31 de agosto de 2011

Fire. Part II



Han pasado 77 días desde que te has ido, 76 de ellos los he pasado regurgitando sentimientos putrefactos. Al fin, hoy, el gran día. Mi verdadero amor me ha acogido en su seno, me ha maquillado las heridas y me ha dado alas. Ella es algo fuera de lo normal, algo nuevo, es la que cose mis desgarros. Me quiere tal y como soy y no se anda con ambigüedades. Soy un ser nuevo, salvaje e insaciable. Mi nombre es Fénix, soy un ángel de cabello color oro y alas color escarlata. En mi cuello, colgado de una cadena, luzco un rubí que parece crepitar, es mi corazón. Cuando la conocí me dijo que ya no me hacía falta allí a donde iba, tenerlo solo me iba a causar problemas. La razón es la única nube que puede nublar al corazón, y en mi situación la razón era una nube inexistente, la locura se había apoderado de mi cuando de un portazo habías hecho volar todos mis poemas, desde hacía semanas humeaban en la chimenea. Ya no te necesitaba, solo necesitaba volver a hacer sonar esos vinilos de los guns, para recordarme que hoy, comenzaba mi nueva vida. Volaba entre juegos de ajedrez y pastillas para dormir cuando de repente sintió su vello erizándose. Abajo, entre la maleza del bosque de los que no quieren soñar, agazapado, taciturno y desinflado, se hallaba un corazón. Su nombre era Artemisa, un corazón marchito y vacío. Sus labios se tornaban en una mueca de pasividad, pero sus ojos denotaban rutina, frialdad, y abandono. Se podían observar los restos de lo que en su día había sido el tatuaje de una rosa, algo te incitaba a tocarla, a intentar cogerla, sin duda aquella rosa había atraído a muchos hombres con su aroma, su color. Una rosa que otrora había sido hermosa per ahora se tornaba en una vorágine de espinas se adueñaba del cuerpo desnudo de su poseedora. Cada una de ellas se clavaba en la carne desnuda, el color se escondía tras la maraña de muerte que se extendía desde su brazo derecho hasta su ojo izquierdo, donde una lágrima asomaba, una lágrima roja que dibujaba una corola, aquella rosa estaba a punto de florecer, pidiéndole que pagara el precio de sus actos, y poco a poco iba estrangulando su vida como si de una enredadera se tratase. Fénix se dispuso a iniciar su ritual acurrucándose junto a Artemisa y empezó a cantar. Un canto que no era humano comenzó a hendir el cielo, la luz comenzó a adueñarse del vacío corazón y poco a poco el alma dejó de ser terrenal y comenzó a convertirse en algo etéreo. Aquel era el trabajo del novio de la muerte, recolectar los corazones moribundos para apaliar su réquiem. Fénix llevaba horas, días, incluso semanas cantando hasta que la rosa floreció y sintió una calidez en su pecho, su rubí crepitaba de una manera especial. Abrió los ojos y miró a su alrededor, donde había yacido Artemisa solo había cenizas, signo del fuego que inundaba el corazón de Fénix. Una pequeña cabeza asomaba de entre ellas, un pico dorado como el sol y unas plumas del color del arcoíris coronaban dos ojos color esmeralda, de los que caía una lágrima. De repente, un vendaval hizo acto de presencia, esparciendo las cenizas de lo que otrora había sido un corazón putrefacto y haciendo que Fénix tuviera que cubrirse sus delicados ojos color azabache. Cuando arreció, Fénix miró a ambos lados, todo había quedado cubierto por la ceniza, mirase a donde mirase una inmensa capa gris lo cubría todo, excepto el rincón donde Artemisa moribunda había exhalado su último aliento. En su lugar había una pluma del color de las praderas. Un graznido rasgó el cielo, Fénix se puso de pié y pudo comprobar cómo ante sus ojos un enorme pájaro del color del arcoíris abría sus alas , en su pecho lucía el tatuaje de una rosa, limpia, sin ninguna espina que pudiera dañar su delicado plumaje, en sus ojos se podía leer el afecto, que me profesaba después de haber iluminado su apagada vida. Aquella rosa jamás volvería a dañar aquella piel, que un día había sido humana y ahora cubierta de plumas lucía esa pequeña princesa, que un día había sido de ojos color marihuana y labios sabor albahaca.

martes, 30 de agosto de 2011

Fire. Part I

Eternidad, fuego y castigo. Lujuria hecha mujer. Inmensidad, fragilidad y pasión, el elixir de la vida, mi dulce reina de las mariposas. Tu creaste las montañas donde aquel verano, regábamos las plantas de nuestros pies. Aquel río que tú me regalaste, donde como un pez, intentaba nadar contra la corriente de tus pestañas, cubiertas de escarcha por la proximidad del invierno. Aquel tatuaje, aquella rosa, que aunque cubierta de espinas era lo más hermoso que poseía tu piel, junto con aquella mueca de pasividad de tus labios, impertérritos ante el contacto con los míos, ardientes de deseo, que quemaban, palpitaban. Luego el verano dio paso al otoño, que duró lo que tarda en llegar el invierno, un invierno en el que todo cambió. Nuestra llama se extinguió de repente, como un ave que choca contra el sol. Ya no me quieres, no me deseas como antes, el invierno ha llegado y nuestro verano se ha ido. MIENTES, siempre mentiras y más mentiras. He plantado un girasol en el jardín  y en cuanto ha florecido se ha marchitado, no sabía a donde mirar, el astro rey se había ido. Tú que enredabas mi pelo y hacías florecer mis sentimientos , cantabas desnuda frente a mi. Le cantabas a los grillos, a los cocoteros y a las princesas de hospital, habituales de la sala de toxicología, reinas de la metadona y el caballo. Te acercaste a mí y me tatuaste un beso en los labios, el beso de Judas con el que nuestra llama se apagaba, el fuego se había extinguido , aquel que hacía 8 años  habíamos encendido. El número 619 de Teardrop Av. era testigo de como vomitábamos primaveras, nuestras sábanas se entrelazaban y tus caderas esta vez si me llevaban hasta ti. Sabina se largó contigo, tus ojos color verde marihuana se los fuma otro, y cenizas son ahora lo que ayer fueron estos versos, vestigio de tus besos, consumidos por el fuego.