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viernes, 2 de septiembre de 2011

Path.

Caminaba entre las sombras; sola, pausada, taciturna. Sin rumbo fijo, esperando que ocurriera algo que me salvara de aquella debacle. Ante mis ojos se alzaba un templo, en ruinas tras la desaparición de Zimmo. Dónde estará... Dónde habrá posado sus alas... Dónde entonará su canción. Quién me ayudará a restaurar el jardín de las palabras, donde florecen los sueños, y donde la flor del amor se había marchitado, haciendo que la amistad, la felicidad y el afecto se borraran de la faz de la tierra. Las últimas palabras que pronunció rezaban: << Debo buscar el camino>>, y de la misma forma que vino, se fue. Ahora era yo la que buscaba el camino, un camino que me llevase hasta aquel diminuto ser, de ojos color berenjena y alas color caramelo; Mientras, mi procesión me llevaba hasta lugares inhóspitos. Un motel de carretera apareció ante mi vista. La palabra "Club", se dibujaba entre las telarañas de un sórdido cartel luminoso, pero eso no fue lo que mas me llamó la atención. Un murciélago, dormitaba encima de la rama de un árbol cercano al indecente motel. Su gesto era tranquilo pero se me heló la sangre al comprobar que dormía cabeza arriba.Aquello no tenía sentido, los murciélagos dormía cabeza abajo...Súbitamente el murciélago abrió sus ojos y en su cara se dibujó una sonrisa malévola que me paró el corazón. Me desvanecí, esto no podía estar pasando. Mi cuerpo caía, era una caída que no tenía final, mi declive había llegado, y con él, el del jardín de las palabras. Hierba, calor, brisa... Había recuperado la consciencia, no me atreví a abrir los ojos, hasta que una voz conocida me susurró al oído: << Lo he encontrado>>. Desperté de mi letargo, busqué con la mirada a Zimmo, que acababa de hablarme, no lo encontré. Levanté la vista instintivamente. Me quedé asombrada ante aquella escena. Arriba, en el oscuro cielo de la noche estaba teniendo lugar un festival de luz y color. El cielo estaba limpio de nubes, para que yo, en aquel momento presenciara el alineamiento del sol y la luna, un eclipse. Pero no era un eclipse cualquiera, dos lunas coronaban el cielo, antagónicas, opuestas, pero perfectamente coordinadas. Dorada y plateada, las lunas parecían bailar un tango, apasionado y sensual, preparándose para el eclipse total. Un cálido aura, muy familiar, hizo que apartara la vista de aquella mágica sinfonía. A lo lejos apareció Zimmo, portando algo que relucía en sus pequeñas patitas. No me dejó articular palabra, me dijo que toda mi familia había estado ligada a su existencia, y que cuando las dos lunas llegaran a su cenit aparecería un camino el cual debería seguir hasta completarlo. Tras decirme estas palabras se desvaneció dejando tras de sí unas sandalias. El momento había llegado, el apogeo de las dos lunas acababa de empezar. Busqué el camino pero no encontré nada fuera de lo común, pero en ese momento caí en la cuenta de las sandalias. Me las puse y repentinamente la tierra que tenía ante mis ojos se convirtió en una vorágine de luz y calor, cuando cesó, vi como me hallaba en el borde de un precipicio, quise gritar pero no me salían las palabras. Debía caminar, aquel debía de ser el camino... Di un paso, otro, otro, otro y otro. Me sentía libre, estaba caminando por encima de las nubes, corrí, salté pero nada podía detenerme. Bajo mis pies, como si de una ventana se tratase, veía pasar edificios tan altos como montañas, ballenas aladas surcando las nubes, océanos inmensos en los que crecían plantas de colores que ni en mis sueños podría haber imaginado. Llegué al final, una enorme pantalla de televisión se alzaba ante mi, suspendida, colgando de la nada. La miré, de repente comenzaron a aparecer imágenes familiares para mí. De pequeña jugando a beber té con mi abuela, saliendo a pasear un tormentoso día de verano agarrado de la mano de mi segunda madre que tanto había querido, todos aquellos recuerdos evocaban en mi una pena inmensa, mi abuela falleció hacía ya cinco años, cuando en el jardín de las palabras la flor del amor se marchitó. A raíz de ese acontecimiento Zimmo me había estado ayudando a encontrar la semilla corazón, aquella que hacía florecer la flor del amor. Me derrumbé en el suelo de rodillas y comencé a llorar, un cúmulo de sentimientos se adueñó de mi persona mientras en la inmensa pantalla las imágenes se sucedían. Una lágrima resbaló por mi mejilla y cayó al suelo, de repente todo paró, ya no se sucedían las imágenes, se habían quedado fijas en una, un primer plano de mi abuela y mío. Sentí que algo me rozaba la pierna, levanté la vista y ví a Zimmo, me hizo un gesto con la cabeza para que mirara hacia abajo, en medio de la humedad que había creado mi lágrima al chocar contra el inexistente suelo, se encontraba una semilla, con forma de corazón, no me lo podía creer, al fin la habíamos encontrado. Miré a Zimmo con una sonrisa de oreja a oreja y aquel diminuto ser me sonrió. Y en ese momento un Flash atravesó mi mente, aquella sonrisa... no podía ser, la había tenido delante de mis narices tanto tiempo. Una fina neblina comenzó a rodear a Zimmo. Yo lloraba y Zimmo sonreía, la neblina se fue haciendo mas densa al tiempo que mis sollozos se convertían en desesperación. <<Cuida del jardín de las palabras, como un día hice yo. Te quiero, Camino>> ; Esas habían sido las últimas palabras que había pronunciado Zimmo antes de desaparecer completamente. Hacía tanto que no me llamaban por mi verdadero nombre... Aquel que me había puesto mi abuela, después de quedarme huérfana de padres nada mas nacer. Aquel que protegía con toda mi alma y que solo ella sabía. Nuestra familia desde el principio de los tiempos se había encargado del cuidado del jardín de las palabras. La última cuidadora había sido mi abuela, antes que ella todas mis antepasados habían pasado por allí, sabía que mi legado, como cuidadora del jardín era mantener todas las flores, y cada año hacerlas florecer.  Al final mi abuela me había ayudado a hacer florecer de nuevo el jardín de las palabras, siempre había estado ahí, a mi lado, aunque la viera con otros ojos, y sabía que siempre iba a estarlo. Al final encontré el verdadero camino, o... ¿Podría decirse que el camino me encontró a mi?




miércoles, 31 de agosto de 2011

Fire. Part II



Han pasado 77 días desde que te has ido, 76 de ellos los he pasado regurgitando sentimientos putrefactos. Al fin, hoy, el gran día. Mi verdadero amor me ha acogido en su seno, me ha maquillado las heridas y me ha dado alas. Ella es algo fuera de lo normal, algo nuevo, es la que cose mis desgarros. Me quiere tal y como soy y no se anda con ambigüedades. Soy un ser nuevo, salvaje e insaciable. Mi nombre es Fénix, soy un ángel de cabello color oro y alas color escarlata. En mi cuello, colgado de una cadena, luzco un rubí que parece crepitar, es mi corazón. Cuando la conocí me dijo que ya no me hacía falta allí a donde iba, tenerlo solo me iba a causar problemas. La razón es la única nube que puede nublar al corazón, y en mi situación la razón era una nube inexistente, la locura se había apoderado de mi cuando de un portazo habías hecho volar todos mis poemas, desde hacía semanas humeaban en la chimenea. Ya no te necesitaba, solo necesitaba volver a hacer sonar esos vinilos de los guns, para recordarme que hoy, comenzaba mi nueva vida. Volaba entre juegos de ajedrez y pastillas para dormir cuando de repente sintió su vello erizándose. Abajo, entre la maleza del bosque de los que no quieren soñar, agazapado, taciturno y desinflado, se hallaba un corazón. Su nombre era Artemisa, un corazón marchito y vacío. Sus labios se tornaban en una mueca de pasividad, pero sus ojos denotaban rutina, frialdad, y abandono. Se podían observar los restos de lo que en su día había sido el tatuaje de una rosa, algo te incitaba a tocarla, a intentar cogerla, sin duda aquella rosa había atraído a muchos hombres con su aroma, su color. Una rosa que otrora había sido hermosa per ahora se tornaba en una vorágine de espinas se adueñaba del cuerpo desnudo de su poseedora. Cada una de ellas se clavaba en la carne desnuda, el color se escondía tras la maraña de muerte que se extendía desde su brazo derecho hasta su ojo izquierdo, donde una lágrima asomaba, una lágrima roja que dibujaba una corola, aquella rosa estaba a punto de florecer, pidiéndole que pagara el precio de sus actos, y poco a poco iba estrangulando su vida como si de una enredadera se tratase. Fénix se dispuso a iniciar su ritual acurrucándose junto a Artemisa y empezó a cantar. Un canto que no era humano comenzó a hendir el cielo, la luz comenzó a adueñarse del vacío corazón y poco a poco el alma dejó de ser terrenal y comenzó a convertirse en algo etéreo. Aquel era el trabajo del novio de la muerte, recolectar los corazones moribundos para apaliar su réquiem. Fénix llevaba horas, días, incluso semanas cantando hasta que la rosa floreció y sintió una calidez en su pecho, su rubí crepitaba de una manera especial. Abrió los ojos y miró a su alrededor, donde había yacido Artemisa solo había cenizas, signo del fuego que inundaba el corazón de Fénix. Una pequeña cabeza asomaba de entre ellas, un pico dorado como el sol y unas plumas del color del arcoíris coronaban dos ojos color esmeralda, de los que caía una lágrima. De repente, un vendaval hizo acto de presencia, esparciendo las cenizas de lo que otrora había sido un corazón putrefacto y haciendo que Fénix tuviera que cubrirse sus delicados ojos color azabache. Cuando arreció, Fénix miró a ambos lados, todo había quedado cubierto por la ceniza, mirase a donde mirase una inmensa capa gris lo cubría todo, excepto el rincón donde Artemisa moribunda había exhalado su último aliento. En su lugar había una pluma del color de las praderas. Un graznido rasgó el cielo, Fénix se puso de pié y pudo comprobar cómo ante sus ojos un enorme pájaro del color del arcoíris abría sus alas , en su pecho lucía el tatuaje de una rosa, limpia, sin ninguna espina que pudiera dañar su delicado plumaje, en sus ojos se podía leer el afecto, que me profesaba después de haber iluminado su apagada vida. Aquella rosa jamás volvería a dañar aquella piel, que un día había sido humana y ahora cubierta de plumas lucía esa pequeña princesa, que un día había sido de ojos color marihuana y labios sabor albahaca.

martes, 30 de agosto de 2011

Fire. Part I

Eternidad, fuego y castigo. Lujuria hecha mujer. Inmensidad, fragilidad y pasión, el elixir de la vida, mi dulce reina de las mariposas. Tu creaste las montañas donde aquel verano, regábamos las plantas de nuestros pies. Aquel río que tú me regalaste, donde como un pez, intentaba nadar contra la corriente de tus pestañas, cubiertas de escarcha por la proximidad del invierno. Aquel tatuaje, aquella rosa, que aunque cubierta de espinas era lo más hermoso que poseía tu piel, junto con aquella mueca de pasividad de tus labios, impertérritos ante el contacto con los míos, ardientes de deseo, que quemaban, palpitaban. Luego el verano dio paso al otoño, que duró lo que tarda en llegar el invierno, un invierno en el que todo cambió. Nuestra llama se extinguió de repente, como un ave que choca contra el sol. Ya no me quieres, no me deseas como antes, el invierno ha llegado y nuestro verano se ha ido. MIENTES, siempre mentiras y más mentiras. He plantado un girasol en el jardín  y en cuanto ha florecido se ha marchitado, no sabía a donde mirar, el astro rey se había ido. Tú que enredabas mi pelo y hacías florecer mis sentimientos , cantabas desnuda frente a mi. Le cantabas a los grillos, a los cocoteros y a las princesas de hospital, habituales de la sala de toxicología, reinas de la metadona y el caballo. Te acercaste a mí y me tatuaste un beso en los labios, el beso de Judas con el que nuestra llama se apagaba, el fuego se había extinguido , aquel que hacía 8 años  habíamos encendido. El número 619 de Teardrop Av. era testigo de como vomitábamos primaveras, nuestras sábanas se entrelazaban y tus caderas esta vez si me llevaban hasta ti. Sabina se largó contigo, tus ojos color verde marihuana se los fuma otro, y cenizas son ahora lo que ayer fueron estos versos, vestigio de tus besos, consumidos por el fuego.